En marzo del año 68 nací. Ese mismo año, unos meses después, nace la radio en Arauca. Y con ella nace mi futuro, más allá de la vereda Maporillal. De mi parte estuvo a favor que a mi madre también le encantaba oírla a diario y todo el día. Por: Roger Cisneros Parales.
Mantener la radio era un gasto fijo. Las cajas de pilas eveready formaban parte de la canasta familiar. Se oía radio en Santa Bárbara desde las 4 de la mañana hasta cerca de las 7 de la noche. La radio despertaba y dormía en mi vida campesina familiar.
Esa radio despertó en mí toda la curiosidad posible. A diario me generaba nuevos paradigmas, concepto aún no conocido en mi rural mundo. Lo conocí años después en mis lecturas de epistemología, también conocí su autor, Thomas Khun. Creo que también lo logré conocer por la curiosidad que le debo a la radio.
Por todo lo anterior, en mí, la radio y la nuestra del Arauca, afiliada a Caracol, no fue factor embrutecedor. Por el contrario, liberador, educador. Desde luego, hoy día los análisis pueden ser más profundos, pero tampoco es válido que cataloguemos la radio como embrutecedora. Es un error plantearlo así.
Sobre lo que sí se puede reflexionar, eso si, sin atacar el sagrado derecho a la libertad de prensa y de expresión, es si hoy la radio cumple la función educativa, además, de la de entretener e informar.
La radio como medio educativo sería o es el mejor, más económico y viable canal educativo, sobre todo para la Colombia rural y semiurbana que es grande y carente de educación. Pero esta ausencia educativa en la radio privada, también lo es en la pública, aunque un poco menos. La radio debe ser educadora. Hoy la volvieron mercancía y medio para librar guerras mediáticas entre los políticos, tristemente.
Nuestra meta como país es reconocer en la radio, lo que fue en sus inicios, un medio para la educación. Revisen ustedes lectores queridos la experiencia de Sutatenza. Finalizo, gracias doy a La Voz del Cinaruco, por impulsarme a no quedarme tan bruto.